domingo, 8 de abril de 2012

Algunas reflexiones post FITAZ

El teatro que se hace en Bolivia tiene valores para exigirle sin contemplaciones. Actores, directores, puestistas, dramaturgos, el grupo humano que está empeñado en contar historias desde un escenario tiene un nivel de calidad que ya no hay lugar a las excusas a la hora de medir los alcances de sus propuestas. El Festival Internacional de Teatro de La Paz (Fitaz) permite la comparación y lo dicho se confirma para bien.

Diego Aramburo, Percy Jiménez, Eduardo Calla, Gonzalo Callejas, Cristian Mercado, Francia Oblitas, Lía Michel, Lucas Achirico, Mario Aguirre, David Mondacca, Mariana Vargas, Pedro Grossman, Alice Guimaraes, Teresa Dal Pero, Soledad Ardaya, Freddy Chipana, Andrea Riera, Denisse Arancibia, Patricia García, Erika Andia, Christian Castillo-Luna, Danuta Zarzyka, Claudia Ossio, Antonio Peredo, Marcos Loayza ... Y se podría seguir. Hay tantos artistas empeñados no ya en hacer teatro en el tiempo libre, sino como una profesión, con lo que entraña esta palabra de pasión y dedicación.

El Fitaz los reúne, también con los invitados del extranjero, y, más o menos —pese a los esfuerzos, la mayor falencia es la creación de espacios para el debate—, les permite que se miren entre ellos. Una ganancia, sin duda; pero luego, y tal la pena, cada quien volverá a su lucha, que no es poca, para seguir empujando su carro. Lo ha dicho la directora del Fitaz, Maritza Wilde, y lo han confirmado quienes, desde las embajadas, tienen el propósito de trabajar proyectos conjuntos: hay unas divisiones, distanciamientos entre grupos, que hacen temer una terrible dispersión de esfuerzos.

Algo así debe pesar en el hecho de que habiendo tanto talento, el grueso de los bolivianos no sepa de quién se está hablando cuando se menciona la mayoría de los nombres citados. Y, que, por tanto, la apatía sea en general, salvo excepciones, la respuesta ante las presentaciones teatrales.

Lo que sucede es que el teatro, en el medio paceño, para no ir más lejos, es una actividad siempre esporádica. No hay escenarios donde se garantice una continuidad (El Desnivel o El Búnker intentan llenar el vacío, pero aún es insuficiente), de manera que el público sepa que sí o sí hallará una obra en ciertos días y ciertas horas.

Los escenarios oficiales, por su lado, hacen muy poco para impulsar la presentación de obras. Ya se sabe que ganar fechas en el Teatro Municipal es una lotería: un grupo debe contentarse con temporadas de tres días como máximo. ¿Cómo se puede vivir así?

Hay, claro, experiencias como las de Altoteatro, que no crean su propia dinámica y salen a buscar al público en colegios, barrios, etc. O los que dan el salto fuera del país: Aramburo, Teatro de los Andes... Pero es el conjunto, los que ya están, los que vendrán, el que necesita encontrar los puentes para llegar al espectador, para cautivarlo, para mostrarle que el teatro es una necesidad. El Fitaz da la pauta de que hay público; pero hay que acompañarlo también sin Fitaz. Es lo pendiente.

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